Este viernes, 21 de diciembre de 2012, se acaba el mundo. Por lo visto, es una teoría de los mayas en la que no me he preocupado demasiado en profundizar. No porque no le de importancia a lo que estos señores predijeron, no, sino porque prefiero que si el fin llega me pille bailando, como diría Sabina. Aunque huir a un búnker con chimenea y manta de cuadros en una montaña secreta rodeada de verde, nieve y un lago con una barca rosa y blanca tampoco estaría nada mal.

Lo que para unos es el fin, para mi es el comienzo. Hace algunos años tenía especial manía a los finales, los consideraba un monstruo malo que llegaba para romperte los esquemas y poner tu vida patas arriba. Ahora creo que los finales son necesarios porque sin ellos no habría comienzos. Como en los libros. Quizá el fin del mundo sea el inicio de un universo mejor, sin crisis, sin guerras, sin problemas, sin coles de Bruselas y con ponis escupiendo purpurina.

Por si los señores mayas tienen razón, debería aplicarme esta semana en hacer cosas que siempre he querido pero que nunca he hecho. ¡Qué va! Seguiré con mi rutina, tentando al destino y haciendo planes para después. Ese después que puede convertirse en el fin de tu mundo. Nunca sabes cuando puede caerte un tiesto en la cabeza.

Me molaría tanto que esto fuera un post de autoayuda y deciros: «Vivid cada día como si fuera el último», «Aprovechad el momento», «Sed felices», «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» y todas esas cosas que se dicen pero que luego no se hacen. Pero no, ni yo sé ser Elsa Punset, ni se me da bien llevar a cabo citas de filosofía de esa que la gente anota en un cuaderno para sentirse mejor y pensar que algún día lo cumplirá y hallará el Nirvana. Lo que si os puedo decir es que hasta el viernes espero darme una ducha de esas de medía hora en las que sales con los dedos arrugados y te dejan como nueva, pienso dar abrazos a quien se deje, comer chocolate, acurrucarme con la manta en el sofá, ver vídeos de maquillaje, comprar un billete de lotería para demostrar al universo mi fe, encender en árbol de los Playmobil, discutir con mi madre por algo que todavía no se me ha ocurrido, refunfuñar varias veces por esos 9 días, reírme de lo que pueda y pensar en planes para mis días de vacaciones, con ello sigo demostrando mi esperanza en la supervivencia de la especie humana.

¡Ay, Mayas, la semanita que nos vais a dar!

Pssst!! No son cookies de chocolate, pero tampoco hacen daño ni provocan caries, hazme caso, ¿vale?    Más información
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