Las primeras veces nunca salen como una se imagina. Tú linda cabecita se forma siempre un cuento de princesas y príncipes, vestidazo, collar de diamantes, cena perfecta con vistas al paraíso, vino tinto del bueno por doquier, postre de chocolate orgásmico y hotel con bañera enorme, luz de velas y cama de las que no te puedes levantar.

Sí. he visto «Pretty Woman» ni una, ni dos, ni tres veces, ya he perdido hasta la cuenta. Soy un cliché de niña cursi que se hincha a película romántica en la que salga Julia Roberts más chocolate cada vez que tiene un día rojo de los que padecía Audrey. Pues eso, que las múltiples veces que me he tragado la historia de amor de la que se fue de comprar y volvió cargada de bolsas me han convertido en un monstruo rosa, con mucha purpurina, con mucha tontería americana, con mucho «…living in a material world and I´m a material girl…». Sí, sí, material pero con más pájaros en la cabeza que en un parque natural.

Al grano, que mi primera vez no fue para nada como una perfecta yo, en un perfecto universo paralelo la hubiera vivido. Mi súper yo, al menos, no habría salido de casa despeinada y con la falda sin planchar. Desperté sin saber que EL MOMENTO había llegado, ilusa de mi, nada estaba planeado por un apuestísimo caballero. Reconozco que, desde mis inicios teatrales, a mi la improvisación y que quién me da la réplica consiga sorprenderme dejándome con la boca abierta y dándome la opción a no repetir el diálogo mil veces ensayado, sino uno nuevo, más imperfecto y por ello más real, me vuelve loca.

Mi falda arrugada, mi pelazo enmarañado, mi sueño y yo vivimos un jueves de lo más normal hasta que casi al filo de lo imposible sonó mi móvil, una llamada que me puso mariposas en el estómago y me hizo salir escopetada hacia lo desconocido. Dicen que nunca saben lo que te estás perdiendo hasta que lo pruebas y yo por fin iba a sentirlo. Tras saltar numerosos obstáculos en una carrera para llegar a mi destino: metro lleno, que si se para en mitad de la estación, que si la gente te bloquea el paso que si sube las escaleras de dos en dos que llegas tarde…Por fin todo iba a empezar.

Hubo Celestina (las entradas nos cayeron del cielo garcias a una amable signorina), hubo emoción, hubo sonrisas, hubo hambre en el entreacto, hubo palco para dos y una compañía perfecta sin la que todo esto no hubiera sido posible, hubo fallos escénicos, hubo nervios y hubo ovación final. Al terminar no podía haber mejores vistas, todo era como en un cuento con princesas descuidadas que llevan poco maquillaje y una sonrisa enorme en la cara.

La bien pagá y la que aquí os escribe vimos una ópera en el Teatro Real por primera vez en nuestra vida y fue «de mearse de gusto en las bragas».

Pssst!! No son cookies de chocolate, pero tampoco hacen daño ni provocan caries, hazme caso, ¿vale?    Más información
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