He leído en Yorokobu que en Viena están muy en contra de los souvenirs horteras y han decidido crear otros más de diseño, permítanme la exageración. Si queréis saber la realidad, pues os leéis el artículo que para eso lo escribieron.

Austriacos por el mundo, por favor, les pido que ni se les ocurra dar ideas para que se implante esto en España porque se nos iría parte de nuestra esencia. Entiéndanme, yo también soy de las que metería en un cajón cualquier presente con aires a «Yo estuve en» pero me muero por una muñeca sevillana al lado de mi tele (encima es imposible de todo modo). Los souvenirs tienen que ser cañís, con esa esencia del pasado que nos recuerda las paredes llenas de platos con nombres de ciudades en casa de nuestras abuelas. ¿Quién no ha dado la vuelta a una bola de nieve con algún monumento dentro? ¿Quién no ha tenido una camiseta de «I love Benidorm» o lo que sea? (yo, por ejemplo, tengo una sudadera de «I love New York» que me parece lo más y debe ser lo menos).

El diseño está bien, pero no podemos empeñarnos en vivir en un mundo que sólo tenga cosas bonitas porque entonces dejarían de serlo. Pensemos en las magníficas casas nórdicas perfectamente decoradas, allí todo es tan maravilloso que chirría. Yo quiero una de esas, lo reconozco, pero sé que el sofá blanco tendrá una mancha de chocolate al segundo día y que la armonía decorativa se perderá en cuanto pase por una juguetería y vuelva a enamorarme de otro «My little pony».

Creo poco en las fotos de revista. Todos tenemos un objeto de la perdición que, aunque es feo, aunque sabemos de sobra que es hortera, aunque no nos atrevamos siquiera a confesar nuestro amor por él, nos lleva por la calle de la amargura y nos pone ojitos de corazón.

El mio son las muñecas sevillanas. Hasta el día en que tenga una, imagino.

Pssst!! No son cookies de chocolate, pero tampoco hacen daño ni provocan caries, hazme caso, ¿vale?    Más información
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